He leído con gran entretenimiento la Ilíada editada por Blackie Books, traducida por Miguel Temprano a partir de una versión de Samuel Butler. Se trata de una edición ilustrada y en prosa frente a los versos del poema original.
Me ha parecido una lectura adictiva donde pasaba con rapidez las páginas al ritmo de las batallas, flechas, aurigas, lanzas y espadazos en la guerra de Troya. Esta sensación de adicción me ha parecido paradójica. En algún momento de la lectura he sentido admiración por cualquiera de los protagonistas, ya sean aqueos o troyanos, Agamenón, Menelao, Ulises, Áyax, Patroclo, Aquiles, Héctor, Eneas o Paris por su valentía, su decisión o su inteligencia, pero pronto estas virtudes perdían peso en la balanza respecto a sus miserias. En esta edición se incluyen dos ensayos, en uno Alessandro Baricco defiende que la Ilíada es el poema por excelencia de la guerra y en otro, Marina Garcés afirma que la Ilíada es el poema de la fuerza.
Más allá de estas descripciones que, por otro lado, pueden resultar obvias, en la Ilíada se pueden encontrar las debilidades y vicios de estos aclamados héroes. La valentía o la inteligencia de estos personajes sucumbe ante su agresividad excesiva, su continua superstición, su avaricia y egoísmo, su machismo, su vanidad y arrogancia o su falta de compasión. Ahí reside el enorme valor de la Ilíada, en mostrar, ya en el siglo VI a.C. (aunque algunos estudios lo sitúan antes), las grandezas y miserias de seres humanos a los que, a veces, abrazamos y, a veces, detestamos.
En la actualidad, posiblemente, la Ilíada no hubiera visto la luz atropellada por los movimientos e ideologías a favor de la cancelación de todo aquello que ofende y la Ilíada lo hace y mucho, Helena queda relegada a provocar una guerra de 10 años y miles de muertos y todas las mujeres a ser el botín de guerra. Sin embargo, con la Ilíada podemos aprender del pasado y mucho del comportamiento del ser humano, otra cuestión es si hacemos o no algo con ese conocimiento en el presente.