Por qué me gusta la filosofía-Dudeando

Dentro de la sociedad extremadamente utilitarista en la que vivimos, todo aquello que no nos sirve para algún fin u objetivo se percibe como carente de valor, como algo inútil que es preciso abandonar con rapidez y dejar apartado en el camino para dedicar nuestros esfuerzos a cuestiones o elementos que nos proporcionen un resultado, un beneficio o nos acerquen a nuestra meta. Incluso aquellas cosas que se dan por inútiles si es posible reciclarlas son percibidas con algo de valor, aunque éste sea escaso. El término valor residual parece contener algo de desprecio.

Es curioso como este planteamiento se aplica, igualmente, a las personas. El tiempo que una persona no dedica a realizar algún tipo de actividad se percibe como una pérdida y, por tanto, carente de valor. La angustia de la inutilidad también domina a las personas que pierden su trabajo hasta que encuentran otro. Lo mismo sucede con aquellas personas cuyos conocimientos y habilidades laborales quedan obsoletos aunque, si son capaces de reciclarse a nuevos oficios o tareas, se le confiere también un valor residual.

Pues bien, en la actualidad, la filosofía se percibe en nuestra sociedad como una completa tarea inútil. Es cierto que su valor es defendido por un grupúsculo mínimo de la sociedad, pero claro, está formado por los profesionales o estudiantes de filosofía, posiblemente, no pertenezcan a este grupo ni sus familiares. También podemos encontrar disonancias cognitivas entre lo que vemos y lo que oímos sobre la filosofía, por ejemplo, los políticos con frecuencia hablan de las virtudes de la filosofía pero, al mismo tiempo, reducen su contenido dentro de los programas educativos.

Y luego, frente a esta corriente negacionista de la utilidad y el valor de la filosofía, está la corriente de quienes le otorgamos valor en nuestras vidas, aunque existan diferentes motivos o argumentaciones.

Hasta hace unos meses, cuando alguien me preguntaba por qué estudiaba o me gustaba la filosofía con frecuencia respondía que me enseñaba a pensar, es decir, a identificar, estructurar y analizar argumentaciones y cuestionar las ideas dadas como válidas o ciertas, es decir, apostaba por el pensamiento crítico. Sin embargo, hace unos meses, cuando un amigo me repitió esta pregunta, cuando iba a repetir mi mantra, me quedé callado. Sentí que había repetido esa explicación en numerosas ocasiones pero ya no la sentía como mía.

En primer lugar, aunque al pensamiento crítico se pueda llegar a través de la filosofía, existen otras materias y conocimientos que pueden conducir a él como, por ejemplo, las matemáticas, una ingeniería o el análisis sintáctico.

En segundo lugar, cuando se habla de pensamiento crítico parece que existe una verdad oculta que es preciso desvelar, como si se tratara de descubrir al asesino en un caso de Sherlock Holmes, aunque, a veces, no exista nada que desvelar o no sea trascendental y permanezca simplemente en la ambigüedad conspiranoica para atacar al “sistema”.

En tercer lugar, aunque todo está atravesado hasta cierto punto de utilitarismo y esperamos obtener un beneficio de aquello a lo que le dedicamos tiempo o atención, la defensa del pensamiento crítico ensalza de manera destacada su utilidad. Este hecho, que me parece positivo si el alcance es la aplicación del pensamiento crítico para discernir, analizar o problematizar la realidad y proporcionar al individuo elementos para la supervivencia social se debilita si se viste como la principal fortaleza de la filosofía, y reconozco que éste era mi argumento.

Sin restar valor a este beneficio importante de la filosofía, y reconociendo el valor y pragmatismo del pensamiento crítico, siento que mi atracción en esta etapa de mi vida por la filosofía se debe a otros motivos. Al menos, dos.

El primero es por el filósofo Bertrand Russell, no solo por su pensamiento filosófico con un fuerte enfoque hacia la lógica, sus ideas sobre la felicidad, su compromiso social o, simplemente, su biografía, sino por su definición de filosofía. Bertrand Russell sitúa la filosofía entre la ciencia y la religión. Tiene varios textos donde realiza esta descripción pero yo la leí en la introducción a su Historia de la Filosofía Occidental. Para Russell la filosofía queda en el vasto campo entre la certeza de la ciencia y la creencia de la religión. A este vasto campo entre el dogma de la religión y el conocimiento definido de la ciencia, Russell lo identifica con una tierra de nadie y eso es, precisamente, la filosofía. Los problemas más interesantes para los “espíritus especulativos” no pueden ser resueltos por la ciencia y esa es la misión de la filosofía.

Una amplitud que podría generar desasosiego por su falta de acotamiento resulta fenómeno para adoptar una actitud reflexiva sobre cualquier aspecto que se sitúe entre el ámbito de conocimiento de una ciencia y el contenido de una religión. Dentro de esta enormidad sobre la que puede versar la filosofía, me resultan atractivos los márgenes. Con los márgenes me refiero a los umbrales o límites donde no está claro si una propuesta o argumento es ciencia o filosofía, religión o filosofía. Pero también los márgenes pueden demarcar ideas o cuestiones que no se perciban como filosofía y se describan como más próximos a los umbrales de sociología, política, psicología, economía o bellas artes, por poner algunos ejemplos. 

El segundo motivo es un número: 13.800. La edad del universo: trece mil ochocientos millones de años. Aunque con intermitencias y de manera superficial, soy aficionado a la astronomía, a la observación del cielo nocturno y a la reflexión sobre el tiempo.

Por este interés y una reseña literaria llegué a El universo en tu mano: Un viaje extraordinario a los límites del tiempo y el espacio, del físico Christophe Galfard, y cuya lectura me atrapó. Imagino que sin ser buscado por el autor, me parece uno de los grandes libros filosóficos del siglo XXI. Por supuesto que recoge un gran contenido científico pero, también deja abierto o propone preguntas para las que la ciencia aún no es todavía capaz de responder como ¿qué existía antes del Big Bang y la inflación cósmica (si es que realmente ocurrieron tal como explican las teorías actuales)? ¿qué supone el ser humano en el espacio-tiempo de un universo gigante? Se presenta un campo interesante para la reflexión filosófica.

En la intersección entre estas dos enormidades, la edad y extensión del universo y todas las ideas que caben en nuestra mente entre ciencia y religión, podemos encontrar la filosofía. La posibilidad de elegir entre esa multitud de opciones es lo que me atrae de la filosofía y, entre ellas, la búsqueda de sentido o interpretaciones consistentes sobre nuestras vidas, que es lo último que poseemos. En esa búsqueda de sentido me encuentro y, como un péndulo, a veces oscilo hacia una postura nihilista y otras veces, aceptando esa negación, oscilo hacia una posición de construcción de ese sentido. Retomando a Russell, frente a la ausencia de conocimiento científico o los “consoladores cuentos de hadas” de la religión, la filosofía nos ayuda a vivir con esta incertidumbre reduciendo la angustia que produce y a que no nos paralicemos por la duda. Esto ya parece ser suficiente.

Por qué me gusta la filosofía

Navegación de la entrada